Imágenes e historia de los viejos cines que un día entretuvieron a Madrid
En
Europa los primeros locales en acoger el nuevo espectáculo del cine
fueron los teatros, los circos, pero, sobre todo, los music-halls y cafés
conciertos. En estos últimos el cine fue poco a poco ocupando un mayor
lugar en sus programas hasta convertirse en la principal y única
atracción. Debido a ello, muchos music-halls acabaron transformándose
con los años en salas de cine, a la vez que las primeras salas urbanas
construidas ex profeso para cines adoptaron las características
formales e incluso los nombres de aquellos locales: con fachadas
recargadas de decoración, interior rectangular y pequeño escenario
reservado para algunas actuaciones de variedades, ahora como relleno
entre las películas mudas. Sin
embargo, antes de que esto ocurriera el cine había visto aparecer sus
primeros locales específicos en las ferias; inspirados en las barracas
ya existentes, con decoraciones en tela pintada, luces atrayentes y órganos
musicales con figuras a la entrada. Con el decaimiento de la exhibición
ambulante desde 1910 muchos de sus propietarios construirán cines
permanentes donde perviven algunos de sus planteamientos formales. En
el caso de Madrid, el primer cinematógrafo de Madrid fue instalado, en
1896, por un concesionario de los Hermanos Lumière en los bajos del
desaparecido Hotel de Rusia, en la Carrera de San Jerónimo. A
partir del año 1905 la consolidación del cine en Madrid estará
marcada por la paulatina superación del carácter esporádico de las
primeras exhibiciones y su asentamiento definitivo entre la oferta de
espectáculos existente. En estos años comprendidos entre 1900 y 1910
el cine tuvo como primeros locales propios barracas y pabellones
provisionales a los que se fueron añadiendo algunos pequeños salones
de variedades. Por otro lado, ante su creciente éxito social y económico
los viejos teatros decimonónicos que inicialmente se habían resistido
a la introducción del cine acabaron cediendo y aceptándolo
progresivamente como elemento fundamental en su programación. Sin
embargo, siguiendo las tendencias imperantes en el contexto
internacional este abanico de locales, mayoritariamente provisionales,
se hizo pronto insuficiente y los años veinte verían desarrollarse,
junto a los primeros cines permanentes, unos recintos híbridos entre
teatro y cine, de mayores dimensiones y resueltos con unas características
arquitectónicas y estéticas mucho más cuidadas: los teatros-cine. Su
construcción arranca ya de los años 10 en Francia, Inglaterra y, sobre
todo, los Estados Unidos; en estos países florecieron salas soberbias
que intentaban evocar el esplendor de los teatros decimonónicos
recreando su organización interna y recurriendo a un léxico arquitectónico
compuesto por elementos clasicistas presentes tanto en sus fachadas como
en los interiores. En
el caso español, la ostentación en fachadas, vestíbulos y escaleras
será en cambio mucho más limitada, manifestándose la relación con el
modelo de «teatro a la italiana» fundamentalmente en la disposición
de la sala: con pervivencias como su forma curva, los palcos o el foso
de la orquesta, además de la existencia de un escenario con la
suficiente amplitud y dotación técnica como para permitir el
desarrollo de números de variedades, zarzuelas y aún obras dramáticas
y líricas de cierta envergadura. En el fondo se trataba de poder
conjugar las exigencias planteadas tanto por los géneros escénicos
tradicionales como por los más novedosos, respondiendo a una estrategia
comercial de adaptación a los espectáculos en auge pero sin renunciar
del todo a lo anterior. Directamente
conectadas con esta amplia funcionalidad, en el plano formal los
teatros-cine mostrarán combinadas diversas soluciones, heredadas unas
de los teatros decimonónicos junto a otras más modernas derivadas de
las coetáneas salas de cine; en el camino que condujo a adoptar una
arquitectura propia y diferenciada para el espectáculo cinematográfico
estos teatros-cine marcan, pues, una posición intermedia y de
compromiso entre lo viejo y lo nuevo, muy típica por otra parte de las
fases iniciales de cualquier producto de consumo masivo. Ejemplo de esta
tipología de teatro-cine fue el Royalty, en la calle Genova, del
arquitecto Jesús López de Rego. La planta del edificio era de una
elipse perfecta truncada por el escenario sobre el que se producían las
más diversas “variedades” y sobre cuyo fondo se proyectaban películas.
El
primer cine de Madrid, concebido para proyectar películas, prácticamente
en exclusiva, fue el Coliseo Imperial, inaugurado en 1905 (situado en la
Calle Concepción Jerónima, enfrente de donde se encuentra hoy la
Imprenta Municipal). Algunas
de las principales salas edificadas poco después fueron el Cine Doré,
abierto el 19 de diciembre de 1912, o el Ideal, convertido en uno de los
más importantes de la época gracias al arquitecto José Espeliús. Ya
en los años veinte, Teodoro Anasagasti construirá otros cines de
singular relevancia, como el Real Cinema o el Monumental. En 1931, Luis
Martínez Feduchi edificará en Madrid el Capitol, otra de las obras
cumbre de la arquitectura cinematográfica española. Durante
los años 30 aparecen muchas salas de cine, especialmente en el centro
de la ciudad. El cine es la nueva forma de ocio por excelencia. Es el
lugar al que hay que ir como quién va a un “viaje iniciático”. Hay
que prepararse, arreglarse, vestirse bien, ya que es la ocasión para
que los “demás” puedan “verte”. Sin embargo, como en el resto
de países avanzados que no se han escapado a los efectos negativos de
la Gran Crisis y de la Depresión, en el Madrid de la República, el
cine sirve esencialmente para huir de la dura realidad provocada por la
crisis. Las salas de cine permiten que durante unas horas los
espectadores puedan soñar con historias fantásticas. En
los años 40, la construcción de salas de cine se frena mucho sin duda
por la falta de recursos económicos. Pero en los años 50 empiezan a
proliferar las salas de cine en los barrios de Madrid. La función
social de las diferentes salas se acomoda a la nueva situación social.
Las grandes y bellas salas del Centro de la ciudad se reservan para la
exhibición de las películas nuevas, de estreno, que, si tienen mucho
éxito, pueden quedar en “cartelera”, es decir en exhibición
exclusiva, durante meses e incluso durante años. Las salas periféricas
o de barrio se reservan para los reestrenos, es decir que cuando la película
deja el cine de estreno pasa a ser exhibida en los cines de barrio, pero
también en los cines de las ciudades de provincia. Puesto
que las películas de éxito tardaban bastante en “ponerse” en los
cines de las otras ciudades que no fueran Madrid, existió un cierto
turismo que consistía en que matrimonios con dinero de esas ciudades
venían a Madrid en fin de semana para “ver” una película de
estreno. Los
cines de barrio que se construyeron entonces ya no eran salas
especialmente cuidadas. Por la configuración urbana de Madrid, estas
salas se construían en solares entre dos bloques de viviendas y por lo
general presentaban a la calle una única fachada, la fachada principal
o de entrada al cine. Las otras tres fachadas que delimitaban el cine
quedaban encajadas entre los demás edificios. Raramente se encuentran
edificios exentos que son el cine. Todos los barrios tenían salas de
cine de este tipo que tenían fácilmente una capacidad superior a los
mil espectadores.
Este texto ha sido tomado del blog:Desarrollo urbano: cine y cines de barrio en Madrid, publicado por José Luis Rubio.
-“Madrid,
patio de butacas” de Nieves González Torreblanca. Ediciones La
Librería, Madrid, 2007, libro del que hemos tomado el nombre para al exposición. -"Madrid 1936/1939. Una guía de la capital en guerra" de Fernando Cohnen. Ediciones La Librería, Madrid, 2013. -"Arquitectura en Madrid". Fundación COAM, noviembre 2003, Madrid -Hemeroteca del diario ABC -También han sido consultados y se utilizan textos de otras fuentes encontradas en intenet, las cuales se especifican en cada caso.
Fecha de inicio de la exposición: 22 de Agosto de 2014
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